Reflexión 3er.. Domingo de Cuaresma
REFLEXIÓN 3er. DOMINGO DE CUARESMA - C.
11 -Marzo - 2007
Éxodo 3,1-8a.10.13-15 /Salmo 102 /1era. Corintios 10, 1-6.10-12 /Lucas 13, 1-9
Por: Fr. Rodrigo Aguilar Gómez O. de. M
Por: Fr. Rodrigo Aguilar Gómez O. de. M
En este Domingo, tercero del tiempo de la Cuaresma, la liturgia nos invita a profundizar mucho más sobre el tema de la Conversión, que más bien debemos entenderla en el sentido netamente personal, sin dejar de lado la dimensión comunitaria, ya que la conversión siempre estará enfocada al cambio de vida que logramos realizar, a favor o en bien de los otros.
Y la liturgia sabiamente nos introduce hoy en este tema; ya la oración colecta de la misa nos quiere enseñar a descubrir que el amor de Dios por nosotros, se hace pleno en la medida que realicemos una sincera conversión (es decir, cambio de vida), pues en la medida en que nos abramos al arrepentimiento, podremos entrar en la dinámica del perdón, el cual es dado por el infinito amor de Dios.
En esta línea de la conversión -como palabra o concepto clave- las lecturas que hemos escuchado nos iluminan a tener más claridad aun en este aspecto. Ahora si bien partimos por la segunda lectura (1Cor 10, 1-6.10-12) y, reteniendo la última frase, podemos entender que nuestra conversión o el encaminarnos hacia ella, no es cosa que se realiza por inercia, sino que es un proceso constante y continuo, pues, nuestra condición humana, siempre nos puede hacer caer una y otra vez, en las mismas faltas; por eso la conversión o el deseo de ella, no nos puede sumir en la seguridad de sabernos perdonados, ya que, teniendo esta actitud, se nos puede endurecer el corazón, a la vez que nos cerraríamos a la misericordia de Dios. En esta línea, se nos propone la primera lectura (Ex 3,1-8a.10.13-15), pues, la vocación de Moisés, es el reflejo más evidente de que la conversión o el cambio de vida no es nada fácil, pero que, cuando se asume siempre será en vista a un bien mucho mayor; es la experiencia de la Alianza en favor del pueblo, alianza que necesita la audacia y valentía de Moisés, pero que se plenifica con Cristo, que es el mediador ya no de la antigua alianza, la Abraham, Isaac y Jacob, sino de la nueva alianza que se inaugura en la cruz, con la entrega del mismo Hijo de Dios, pero que ha tenido como telón de fondo todo el desarrollo del Antiguo Testamento. Esta es la tarea que nos queda a nosotros, pues, estamos llamados a vivir esta alianza nueva teniendo presente o mirando “al que Traspasaron”, Cristo, como nos invita el papa Benedicto XVI en su mensaje de cuaresma. Siguiendo lo anterior, el Evangelio (Lucas 13, 1-9) quiere ser un reflejo para que podamos entender que la conversión o el pecado no es herencia que nos llega gratis, sino que, requiere de nosotros para que se haga efectiva, por eso que se necesita el corazón arrepentido donde debe alojar una verdadera conversión. Por otro lado no podemos desconocer que somos como esas higueras, que muchas veces por nuestra miseria estamos al borde de que nos corten, pero que, por nuestra conversión, quizá seremos defendidos por aquel sabio viñador, que no es otro que Cristo vivo, que espera siempre que el hombre, es decir, que nosotros, demos frutos; y el mayor fruto en este tiempo de gracia, será la ofrenda real, concreta y significativa de una necesaria y verdadera conversión, no sólo para sanar la conciencia, sino para dar fruto abundante que se vea reflejado en la actitud hacía el prójimo, al cual debemos evangelizar con el testimonio, más que juzgar con el rigorismo de la ley que si no se fija en el sufrimiento ajeno, es muerta.
Que al rezar juntos la oración del Padre nuestro en la Eucaristía, nos recordemos que muchas veces le pedimos a Dios que nos perdone, pero: ¿estamos cumpliendo la misión de perdonar de verdad? Al Señor, todo el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amen.
En esta línea de la conversión -como palabra o concepto clave- las lecturas que hemos escuchado nos iluminan a tener más claridad aun en este aspecto. Ahora si bien partimos por la segunda lectura (1Cor 10, 1-6.10-12) y, reteniendo la última frase, podemos entender que nuestra conversión o el encaminarnos hacia ella, no es cosa que se realiza por inercia, sino que es un proceso constante y continuo, pues, nuestra condición humana, siempre nos puede hacer caer una y otra vez, en las mismas faltas; por eso la conversión o el deseo de ella, no nos puede sumir en la seguridad de sabernos perdonados, ya que, teniendo esta actitud, se nos puede endurecer el corazón, a la vez que nos cerraríamos a la misericordia de Dios. En esta línea, se nos propone la primera lectura (Ex 3,1-8a.10.13-15), pues, la vocación de Moisés, es el reflejo más evidente de que la conversión o el cambio de vida no es nada fácil, pero que, cuando se asume siempre será en vista a un bien mucho mayor; es la experiencia de la Alianza en favor del pueblo, alianza que necesita la audacia y valentía de Moisés, pero que se plenifica con Cristo, que es el mediador ya no de la antigua alianza, la Abraham, Isaac y Jacob, sino de la nueva alianza que se inaugura en la cruz, con la entrega del mismo Hijo de Dios, pero que ha tenido como telón de fondo todo el desarrollo del Antiguo Testamento. Esta es la tarea que nos queda a nosotros, pues, estamos llamados a vivir esta alianza nueva teniendo presente o mirando “al que Traspasaron”, Cristo, como nos invita el papa Benedicto XVI en su mensaje de cuaresma. Siguiendo lo anterior, el Evangelio (Lucas 13, 1-9) quiere ser un reflejo para que podamos entender que la conversión o el pecado no es herencia que nos llega gratis, sino que, requiere de nosotros para que se haga efectiva, por eso que se necesita el corazón arrepentido donde debe alojar una verdadera conversión. Por otro lado no podemos desconocer que somos como esas higueras, que muchas veces por nuestra miseria estamos al borde de que nos corten, pero que, por nuestra conversión, quizá seremos defendidos por aquel sabio viñador, que no es otro que Cristo vivo, que espera siempre que el hombre, es decir, que nosotros, demos frutos; y el mayor fruto en este tiempo de gracia, será la ofrenda real, concreta y significativa de una necesaria y verdadera conversión, no sólo para sanar la conciencia, sino para dar fruto abundante que se vea reflejado en la actitud hacía el prójimo, al cual debemos evangelizar con el testimonio, más que juzgar con el rigorismo de la ley que si no se fija en el sufrimiento ajeno, es muerta.
Que al rezar juntos la oración del Padre nuestro en la Eucaristía, nos recordemos que muchas veces le pedimos a Dios que nos perdone, pero: ¿estamos cumpliendo la misión de perdonar de verdad? Al Señor, todo el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amen.
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