REFLEXIÓN 5to. DOMINGO DE CUARESMA - C.
REFLEXIÓN 5to. DOMINGO DE CUARESMA - C.
25-Marzo-2007 /Isaías 43, 16-21/Salmo 125/Filipenses 3, 8-14/
Juan 8, 1-11.
Por: Fr. Rodrigo Aguilar Gómez O. de. M
Celebramos en este día el último domingo de la Cuaresma, tiempo en cual nos hemos introducido en la dinámica de la conversión como camino hacia los misterios que prontamente vamos a vivir, de manera especial la Pascua del Señor.
La liturgia de la Palabra, nos ha iluminado en este aspecto, dándonos a entender que la conversión es necesaria, si de verdad, tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor, que ha hecho grandes cosas con nosotros, como nos invitaba a reflexionar la antífona del salmo 125.
Adentrándonos en las lecturas que hemos escuchamos, podemos decir que, en la primera lectura (Isaías 43, 16-21) la invitación es a reconocer que Dios, siempre obró maravillas por su pueblo, pero que hay que poner la mirada, ya no en las cosas pasadas, sino en la novedad que Él hace en el aquí y ahora de la historia; esta imagen de la lectura, es para nosotros la invitación a poner nuestra mirada en las cosas actuales, pues, la salvación es para nosotros ahora, pero para ello, para que hayan ríos en las estepas de nuestro corazón y caminos en el desierto de nuestras vidas, se hace necesaria la conversión del corazón. En esta misma línea, nos ilumina la segunda lectura (Filipenses 3, 8-14), pues debemos reconocer lo inmenso que es Cristo, estamos llamados a caminar hacia delante, sin quedarnos en el pasado, es decir, la invitación es a fundar nuestra conversión en la esperanza de caminar de manera renovada, orientados hacia la meta final que nos es otra que Cristo, quien se entregó por nosotros.
A la luz de la dos lecturas, entremos en el mensaje del Evangelio de hoy (Juan 8, 1-11), situémonos en la escena que el evangelista nos presenta, Jesús, en el templo enseñando, en este contexto lo fariseos -hombres cumplidores de la ley- y los escribas -conocedores de la ley- quieren poner a prueba a Jesús, y le presentan a una mujer que había sido sorprendida cometiendo adulterio -pena horrible para los Israelitas, según la ley de Moisés-; frente a este cuadro, lo que sorprende a cabalidad es la actitud y la pedagogía de Jesús, o mejor dicho la misericordia que tiene para con el pecador o el que ha faltado. Jesús no condena, no reprende, no juzga, no humilla -como lo hacen los aferrados ciegamente a la ley-, Jesús se fija en la miseria y desde ahí es capaz de mostrar misericordia, compasión, amor. Claramente les hace saber a estos hombres, que es muy fácil juzgar o condenar las actitudes de los demás, pero, cuando se les invita a lanzar la primera piedra, nadie lo hace, en todos está presente el pecado, que impide condenar a otro. Finalmente Jesús, cuando queda a solas con la mujer, le señala algo que debemos tener siempre presente en nuestras vida, que por sobre el juicio, está la misericordia, misericordia que se da a conocer por la evidente conversión de la mujer, que sabiéndose pecadora, estando en el suelo, siente el amor de Jesús y se da cuenta de que nadie la condena. Esta es la mejor manera convertir a las personas, confiando en ellas, mostrándoles el camino de la conversión y no de la condenación, quizá era más rápido apedrearla, que mostrarle el amor. Como cristianos estamos llamados a ser misericordiosos con aquellos que están lejos, no podemos seguir condenando y sintiéndonos, dueños de las piedras, tenemos que recocernos muchas veces aquellos hombres y mujeres que estamos en el suelo de nuestra miseria personal, esperando la misericordia de Dios que nos restituye a la vida, a la comunidad, al amor.
Que al decir en la Eucaristía, Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme, nos sintamos con el compromiso de una conversión constante. Al Señor de la misericordia, sea el honor y la alabanza, por los siglos de los siglos.
La liturgia de la Palabra, nos ha iluminado en este aspecto, dándonos a entender que la conversión es necesaria, si de verdad, tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor, que ha hecho grandes cosas con nosotros, como nos invitaba a reflexionar la antífona del salmo 125.
Adentrándonos en las lecturas que hemos escuchamos, podemos decir que, en la primera lectura (Isaías 43, 16-21) la invitación es a reconocer que Dios, siempre obró maravillas por su pueblo, pero que hay que poner la mirada, ya no en las cosas pasadas, sino en la novedad que Él hace en el aquí y ahora de la historia; esta imagen de la lectura, es para nosotros la invitación a poner nuestra mirada en las cosas actuales, pues, la salvación es para nosotros ahora, pero para ello, para que hayan ríos en las estepas de nuestro corazón y caminos en el desierto de nuestras vidas, se hace necesaria la conversión del corazón. En esta misma línea, nos ilumina la segunda lectura (Filipenses 3, 8-14), pues debemos reconocer lo inmenso que es Cristo, estamos llamados a caminar hacia delante, sin quedarnos en el pasado, es decir, la invitación es a fundar nuestra conversión en la esperanza de caminar de manera renovada, orientados hacia la meta final que nos es otra que Cristo, quien se entregó por nosotros.
A la luz de la dos lecturas, entremos en el mensaje del Evangelio de hoy (Juan 8, 1-11), situémonos en la escena que el evangelista nos presenta, Jesús, en el templo enseñando, en este contexto lo fariseos -hombres cumplidores de la ley- y los escribas -conocedores de la ley- quieren poner a prueba a Jesús, y le presentan a una mujer que había sido sorprendida cometiendo adulterio -pena horrible para los Israelitas, según la ley de Moisés-; frente a este cuadro, lo que sorprende a cabalidad es la actitud y la pedagogía de Jesús, o mejor dicho la misericordia que tiene para con el pecador o el que ha faltado. Jesús no condena, no reprende, no juzga, no humilla -como lo hacen los aferrados ciegamente a la ley-, Jesús se fija en la miseria y desde ahí es capaz de mostrar misericordia, compasión, amor. Claramente les hace saber a estos hombres, que es muy fácil juzgar o condenar las actitudes de los demás, pero, cuando se les invita a lanzar la primera piedra, nadie lo hace, en todos está presente el pecado, que impide condenar a otro. Finalmente Jesús, cuando queda a solas con la mujer, le señala algo que debemos tener siempre presente en nuestras vida, que por sobre el juicio, está la misericordia, misericordia que se da a conocer por la evidente conversión de la mujer, que sabiéndose pecadora, estando en el suelo, siente el amor de Jesús y se da cuenta de que nadie la condena. Esta es la mejor manera convertir a las personas, confiando en ellas, mostrándoles el camino de la conversión y no de la condenación, quizá era más rápido apedrearla, que mostrarle el amor. Como cristianos estamos llamados a ser misericordiosos con aquellos que están lejos, no podemos seguir condenando y sintiéndonos, dueños de las piedras, tenemos que recocernos muchas veces aquellos hombres y mujeres que estamos en el suelo de nuestra miseria personal, esperando la misericordia de Dios que nos restituye a la vida, a la comunidad, al amor.
Que al decir en la Eucaristía, Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme, nos sintamos con el compromiso de una conversión constante. Al Señor de la misericordia, sea el honor y la alabanza, por los siglos de los siglos.