Reflexión 2do. Domingo de Cuaresma
4 -Marzo - 2007 / Génesis 15, 5-12 / Salmo 26 / Filipenses 3, 17--4, 1 / Lucas 9, 28b-36
Por: Fr. Rodrigo Aguilar Gómez O. de. M
Queridos hermanos y hermanas: celebramos en este día domingo el segundo del tiempo de la Cuaresma y la liturgia nos invita a contemplar el tema de la Transfiguración; en los tres ciclos dominicales, este segundo domingo siempre nos presenta en el Evangelio, este relato; de la misma forma que el domingo pasado, hemos sido introducidos en la dinámica de las Tentaciones, las cuales, nos invitaban a descubrir que, si el Señor fue tentado y las venció, también nosotros al ser tentados podemos vencerlas, ya que tenemos un gran modelo que es él mismo -Jesús- quien nos ayuda a superar toda tentación, todo poder malsano, toda dominación indebida, sobretodo hoy, cuando se nos invita de una o de otra forma a poner cualquier poder humano, por sobre Dios.
Y la Palabra de Dios, nos quiere invitar a adentrarnos en el tema de ser buenos anunciadores, con nuestro testimonio, de aquel mensaje que no puede quedar vacío y sin contenido en la altura del monte -recordemos la experiencia de Pedro- sino que debe ser expresado, anunciado y muchas veces tiene que ser denunciado, cuando bajamos de la altura del monte y vemos que la sociedad humana se va alejando de su creador. En esta línea se comprende de mejor manera la alianza que Dios hace con el hombre, en este caso con Abrám, -tal como lo hemos escuchado en la primera lectura-, alianza que trae consigo un cambio, ya que -el patriarca- es invitado a salir de su pueblo a dejar sus propias seguridades personales y se le promete una descendencia aun mayor; esta alianza es signo de una conversión, de un cambio de vida, que sólo con la gracia de Dios y por supuesto la confianza en su infinita bondad pueden aportarnos. Este mismo cambio es el que experimentan los discípulos -Pedro, Santiago y Juan- cuando se enfrentan a la Transfiguración, ellos son hombres frágiles y débiles que ven a su Maestro cambiar de aspecto, un aspecto glorioso, no de este mundo, se desconciertan por el acontecimiento de la montaña, de verlo transfigurado, lo que más impresiona del relato, no es la parte humana de la narración, sino la ratificación que Dios hace de Jesús, que es igual a la que hace en el bautismo: “Este es mi Hijo…” es el enviado, es aquel a quien hay que escuchar, es aquel en quien hay que poner la confianza, es aquel en quien hay que motivarse para enfrentar el camino de la conversión; por eso no basta con quedarse la altura del monte, en la seguridad de estar junto al Señor, en compañía de Moisés y Elías, quienes ratifican la antigua alianza, la alianza del cumplimiento apegado de la ley, sino que, los frutos de la Transfiguración se deben vivir al bajar de ella, después de tener la experiencia de Jesús, quien es el fundador de la alianza nueva y eterna, alianza del amor sin medida, que se manifestará en la entrega de la cruz.
Por eso que la Cuaresma, es aquella montaña que nos permite, a través de las prácticas de piedad, de ayuno, de penitencias internas y externas, así como de fraternidad y de solidaridad, conectarnos con ese Señor que sufre día a día y que necesita que no nos quedemos cegados en la montaña, sino que bajemos. Ahora bien, no nos podemos quedar en aquella altura, sino que debemos bajar a experimentar esa solidaridad, esa entrega, ese fruto de la conversión junto con los hermanos, junto con aquellos que sufren y que necesitan de nosotros, es decir, el preparar en la tierra con los nuestros, aquella vida que experimentaremos en el cielo; esta es la preocupación que el apóstol Pablo manifiesta a la comunidad de Filipos -en la segunda lectura- al decirles que esa transformación de nuestro pobre cuerpo mortal para hacerlo glorioso, semejante al del Señor, pasa por la dinámica de la conversión, de la transformación, de la transfiguración de nuestra vida entregada a Dios, a través de una donación total a los hombres, es por así decirlo, una vida transfigurada para la vida eterna, o mejor dicho es: construir el Cielo en la Tierra.
Finalmente, estamos llamados en la actualidad a ser, nosotros, signos concretos y reales de la Transfiguración, estamos invitados -frente a una sociedad y medio ambiente que nos aleja cada vez más de Dios- a ser valientes defensores de los valores del Reino, en especial de la vida en todas sus formas, esa es la actitud más concreta de aplicar y vivir el espíritu de la Cuaresma, ya que, en la medida que somos capaces no sólo de hacer prácticas externas de penitencias -que de suyo son saludables-, sino que vivimos la caridad con aquellos que más sufren, aquellos rostros que son más violentados en medio nuestro y que más necesitan de nuestra ayuda; estaremos siendo conscientes de que el cristianismo no es sólo prácticas vacías, sino que es la aplicación real y concreta de los valores enseñados por Jesús.
Que, en la celebración Eucarística de hoy, al haberle pedido perdón a Dios en el Rito Penitencial, se haya reflejado nuestro anhelo de una verdadera conversión que brota de lo más profundo de nuestro ser. A este Señor que nos invita a la conversión del corazón, sea todo el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén
Fr. Rago